Autoescuela es una banda atípica. El dúo asturiano, nacido en la primera oleada de lo que se vino a llamar pop de dormitorio, fue autor de un puñado de discos llenos de microscópicos himnos pop escondidos en arreglos demenciales y desvencijados, como ‘Club Deportivo Raíces’ o ‘Quattro’. Sus miembros, inquietos por naturaleza, no han dejado de colaborar en proyectos que pueden variar entre la rumba digital, el industrial o el folk rock 70s. Ahora se reúnen con un disco que promete ser un salto mortal, una carta de amor al punk y al salvajismo. La última reencarnación de Autoescuela apela a las tripas, a lo visceral, tanto literal como figuradamente. Hay melodías pop perfectas que salen de entre ruideras, estructuras de canción retorcidas, como las de los Residents, a partir de las que nace un guiño al pop de los 60, o un plañido espectral. Al verlos uno no puede evitar pensar “¿qué ha sido eso?”.

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AUTOESCUELA
MAL

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